lunes, 9 de junio de 2008

La crisis del campo: El conflicto que desnuda una patología

No cabe ninguna duda. Lo que está sucediendo en Argentina pone de manifiesto la terrible crisis de la clase política. Si un extraterrestre desembarcara en el Río de la Plata y pretendiera comprender la situación política generada en torno al reclamo del sector agropecuario, no encontraría una explicación racional.

El conflicto con el campo no es de naturaleza económica. Simplificaríamos el asunto si lo limitamos a un mero problema de caja. El aumento desmedido a las retenciones -que no sólo se contrapone a la lógica más elemental, sino que también vulnera principios consagrados en la Constitución Nacional- no representa para el gobierno un capital que le permita cambiar la historia. Si bien es cierto que lo recaudado le otorga una caja chica, que puede usar a discreción para favorecer a sus aliados circunstanciales, no lo es menos que el conflicto suscitado le ha llevado a tener pérdidas infinitamente mayores. El problema central, a pesar de su origen, no es esencialmente económico.

Tampoco el problema medular es de naturaleza política. Cuando consideramos a la política en un sentido agonal, como lucha por acceder y mantenerse en el poder, la racionalidad sigue siendo un componente importante del concepto. Se hace todo lo necesario, normalmente sin limitaciones éticas, para incrementar la cuota de poder de un determinado actor estratégico. Y si algo queda claro, a estas alturas del conflicto, es que el gobierno no sólo no ha conseguido acumular más poder, sino que, por el contrario, se ha empecinado en despilfarrar, conciente o inconscientemente, todo el capital político construido hasta el presente.

Con buen criterio, el director de la Revista B1 acostumbra graficar la actitud del gobierno, con la del conductor de un Mercedes Benz último modelo, quien arremete contra un pobre don nadie, sólo por la adrenalina y la morbosidad del hecho. No tiene nada para ganar y todo por perder... y sin embargo se empecina en llevar a cabo su locura. El problema central, a pesar de un fuerte componente político, no encuentra explicación en esta rama de la actividad humana.

¿Y qué decir de la ideología? ¿Existen componentes ideológicos en este gran problema nacional? Por supuesto que sí. Basta analizar las consignas lanzadas por los voceros del oficialismo para comprender la vertiente ideológica donde abreva el ataque a los productores agropecuarios. “Oligarquía vacuna, corporaciones multinacionales, aliados del imperialismo, amigos del proceso, golpistas, simpatizantes de Martínez de Hoz, videlistas, cómplices del genocidio, terratenientes”, son algunos de los epítetos esgrimidos contra el campo por los nuevos “iluminados” de la Argentina.

Y los voceros más ruidosos del gobierno son precisamente algunos, que acompañaron la demencial acción terrorista en la década del 70. Infiltrados ahora en el entorno K, encontraron la oportunidad histórica para “volver” a la plaza de donde habían sido expulsados, para imponer una adaptación siglo XXI del proyecto socialista con que habían soñado en los 70. Más inteligentes, ya no buscan abolir la propiedad privada de los medios de producción. Ahora se trata de quedarse con la renta de los sectores productivos. El “Tu” trabajas, “él” trabaja, “ellos” trabajan... y “nosotros” disfrutamos las ganancias, parece ser el lema de la nueva visión progresista.

Pero los que conocen de primera mano la vida del matrimonio K y han seguido de cerca su manejo del poder, saben que el setentismo auténtico es una deuda pendiente de los actuales inquilinos en la Casa Rosada. Cuando ser montonero era un riesgo para la vida, los jóvenes K, que hoy canonizan a los guerrilleros terroristas, corrieron a esconderse en Río Gallegos... para desde allí, al más fiel estilo del capitalismo liberal extremo, llenar sus bolsillos rematando las viviendas de los pobres que no podían pagar el dinero adeudado. Un hermoso anticipo del capitalismo de amigos que se desarrolla en el presente, bajo el paraguas protector de la utopía revolucionaria de los 70.

Entonces ¿Cuál es la raíz última de este conflicto que amenaza con despertar los fantasmas de la violencia? Si decimos que el orden económico no alcanza a explicar el problema. Si sostenemos que la mera puja política no termina de explicar el sostenimiento de una confrontación de la cual todos salen perdiendo. Si el componente ideológico, importante para algunos cuadros de las segundas líneas, no constituye un aspecto trascendente en la vida de los Kirchner ¿Por qué este empecinamiento por mantener y avivar el conflicto? Esa es la pregunta que no encuentra respuesta en una mente sana y bien intencionada.

Y ese es el problema de fondo. La prudencia y la racionalidad política sólo pueden esperarse y exigirse a una persona equilibrada mental y emocionalmente. El problema de Néstor, que se traduce a Isabelita, perdón, a Cristina, es de orden patológico. Enfermo de poder, con fuertes complejos de inferioridad, el emperador sureño no puede aceptar que se discuta su pensamiento. Como todos los que se creyeron iluminados en la historia, no comprenden el ejercicio de la política desde el consenso. No les importa si algo es bueno o malo para el conjunto. Lo importante es que se respete su voluntad todopoderosa. No importa que esa actitud los lleve a la derrota. Es preferible el fracaso más estrepitoso, que aceptar humildemente haber cometido un error. Y pobres de aquellos que se atrevan a contradecir sus mandatos divinos...

Este es el fondo del problema argentino. Por eso el conflicto se torna cada día más insoluble. Por eso se aviva el fantasma de volver al pasado. La enfermedad de un hombre y la incompetencia de una mujer, que cada día se parece más a la chabela, están poniendo al país al borde del caos. Urge en Argentina el establecimiento obligatorio de un examen psico-técnico para acceder a puestos públicos. Mientras tanto, sigamos rezando para que Cristina Kirchner asuma sus responsabilidades, ordene ponerle un chaleco de fuerza al marido y comience a gobernar para todos los argentinos. Pidamos también porque la sociedad no caiga en la trampa. El nuevo Nerón está buscando excusas para incendiar nuestra patria... y es responsabilidad de todos apagar el fuego de la violencia.

Hoy más que nunca, me parece muy atinado seguir el consejo del Editorial de la Revista B1 Nro 10: “Nadie debe alentar, implorar, favorecer, etc, desestabilizaciones de ningún tipo que puedan convertir en víctima a este gobierno montonero... La hora de la verdad, en las urnas y en los tribunales, les tiene que llegar de forma clarísima, por vía del voto del pueblo argentino en las elecciones de 2009 y 2011”.

María Cecilia Pando